jueves, 21 de abril de 2011

Mostándome ante ti



Dos cuerpos desnudos en el sofá, dos bocas buscándose, nuestras manos recorriendo cada centímetro de piel. Sólo estábamos haciendo crecer nuestro deseo, esperando que nuestros sexos no pudieran reprimirse más y se buscasen para saciarse mutuamente.

Todo seguía su curso normal, los dos sabíamos cómo iban a transcurrir los próximos minutos, era tan evidente que pensé dar un giro inesperado a nuestro encuentro.
No estaba planeado, simplemente me levanté y susurré al oído:

- No te muevas!

Salí del salón, volví con un pañuelo y le vendé los ojos.
Preparé el equipo de música, retiré la mesa y dejé la estancia despejada. Sólo una alfombra redonda ocupaba el centro del salón.

Me puse una minifalda de tablitas muy corta y una camisa blanca. No llevaba ropa interior.
Cuando estuvo todo listo pulsé el “play” y una melodía sensual y sugerente empezó a sonar.

Me acerqué a él, deslicé mi mano por su pierna, subí por su torso hasta su cuello y le agarré la nuca adelantando su cabeza hasta que nuestros labios se encontraron. Con la otra mano tiré del pañuelo y dejé sus ojos libres para que pudiese verme.

Me retiré contoneándome, juguetona y provocativa hasta colocarme encima de la alfombra.

Empecé a bailar para él, mirándole a los ojos, deseándole y provocándole. Me daba la vuelta, le daba la espalda y me agachaba sabiendo que mi faldita le dejaría entrever mi culito. No era mi intención enseñar, si no insinuar.

Desabroché los primeros botones de mi camisa sin abrirla del todo, me acariciaba por encima de la tela, bajaba mis manos hasta las caderas, subía mi falda enseñando mis muslos. Quería llevarle al límite del deseo, quería que sufriese una dulce agonía antes de entregarle lo que deseaba.

Seguía contoneándome, me sentía excitada, caliente, notaba la humedad de mi sexo y la lujuria me invadía.

Él, recostado sobre el sofá no apartaba la mirada de mi cuerpo, evidentemente, su sexo aumentaba de tamaño. Sabía que le estaba gustando la situación y que me deseaba, deseaba devorarme, deseaba follarme, y sinceramente, en ese instante hubiera saltado sobre su polla, pero aún no era el momento.

Desabroché lentamente el resto de los botones de mi camisa, de espaldas a él la abrí completamente y me di la vuelta mostrándole mis encantos.


Me quité la camisa, la tiré al suelo y con pasos largos y firmes me acerqué a él. Me paré justo delante y empecé a pellizcarme los pezones, a tocarme de manera obscena. Él se incorporó para tener mi cuerpo más cerca, instintivamente me alejé evitando que pudiese alargar su mano para tocarme y me tumbé en la alfombra.

Abrí mis piernas, ahora sí, mostrándole mi coñito lubricado y cachondo. Pasé mis dedos empapándolos en mi humedad, llevaba mis manos hasta el pecho acariciándomelo lasciva, salida y disfrutando las sensaciones que me provocaba excitarme y excitarle a la vez.

Me puse a cuatro patas exhibiendo mi culito, me levanté y abrí un cajón donde sabía que encontraría uno de mis juguetes, no era un consolador exactamente, pero lo usábamos como tal y con él en mi mano me tumbé completamente en la alfombra y subí mi falda hasta la cintura dejando mi sexo totalmente expuesto a sus ojos.

Allí tumbada, con las piernas flexionadas, mi coño abierto y unas ganas locas de penetrarme, metí mi juguetito hasta dentro. El placer me recorrió haciendo que mi espalda se arquease, el contraste del metal frio con el calor que desprendía me gustaba, pero duró poco.


Empecé a meter y sacar mi consolador, acariciaba mi clítoris con él, volvía a penetrarme mientras con la otra mano abría más mi coñito, me sentía cada vez más caliente, me sentía una verdadera puta allí tirada en el suelo, masturbándome para él, ofreciéndole mi placer y dejando que mis más bajos instintos brotaran sin ningún pudor.

Gemía cada vez que mi juguete resbalaba dentro de mí, me volvía loca frotarme, acariciarme y levantar la cabeza para mirarle mientras lo hacía. Él tenía su polla en la mano, no se masturbaba, más bien me estaba invitando a usarla, me la ofrecía con una mirada pícara.

Yo no dejé de darme placer, alternaba mi consolador con mis dedos, me gusta empapármelos, saborearlos y volver a penetrarme, me tocaba las tetas, no paraba de follarme cada vez más fuerte, a veces paraba y lo hacía despacio, más lentamente, evitando el deseo de correrme, recuperando el aliento para después volver a aumentar el ritmo, mis caderas se balanceaban acompañando cada penetración, cada vez más profunda y más deliciosa.

Clavaba mis ojos en los suyos haciéndole saber que no sólo masturbarme me hacia gozar, si no que hacerlo para él me proporcionaba el mayor placer que podría imaginarse. Y así, viendo la expresión de su cara, llegó el orgasmo que tanto contuve para él.

Me retorcí en la alfombra, mi cuerpo se estremecía disfrutando la culminación de mi éxtasis, gemía, jadeaba y gritaba hasta que el último coletazo de placer me dejó extenuada.
Allí me quedé durante un par de minutos, él sabía que los necesitaba para reponerme y aunque estaba tremendamente deseoso de follarme se quedó en el sofá y únicamente dijo:

- Me ha encantado!